martes, 7 de julio de 2009

Algunos argumentos para validar la urgencia de un cambio

¿Por qué es necesario el cambio?, ¿cuál es la urgencia?
Luego de leer el documento “Chile – Ideas para provocar el debate sobre la necesidad de una orgánica para la acción política”, además de asentir con la cabeza en varios párrafos y sorprenderme de otros en los que aparecen ideas que no había pensado, cuestión que siempre es gratificante. Se abalanzaron sobre mí, interrogantes en el sentido de esbozar una respuesta a modo de argumento para aquellos que aún no perciben esta necesidad de un cambio medular y no sólo una reestructuración de las mismas piezas.

Se me ocurre que hay que estar medianamente sano o al menos consciente del individualismo exacerbado y de la poca evolución respecto de los primeros años del capitalismo duro del siglo XIX. Todo esto dentro de un proyecto en el que cabemos todos, porque nuestros tipos parecen estar diseñados a priori para caminar derechitos por la senda del progreso, aunque estemos en la base del erecto vector del éxito. Hasta el anarco-punky y la familia en “situación de calle” tienen un puesto con su nombre en la fiesta neoliberal.

Entonces ¿cuál es la urgencia? No somos tontos; aprendimos del desastre del salitre diversificando producciones, en tiempos de crisis se le aprieta el cinturón a la clase que corresponde, la clase media. Nuestras universidades producen profesionales calificados, reconocidos en su excelencia internacionalmente, no son “chantas”. Tenemos los más altos índices de influenza humana, pero porque los chilenos y chilenas viajamos mucho; nuestro estándar de vida nos permite estar en junio de vacaciones por Europa o el Caribe. Además, contamos con el Plan Auge que cubre gran parte de las enfermedades de mayor incidencia en nuestra población; como el cáncer en las más recurrentes de sus manifestaciones (se le conoce también como la enfermedad de la tristeza). Y tantas otras razones de peso que alimentan ese chauvinismo que se manifiesta con toda gracia especialmente en los partidos de fútbol.

Entonces ¿por qué? Porque ostentamos proporcionalmente uno de los mayores índices de violencia intrafamiliar en América Latina y el mundo, porque también tenemos récord en enfermedades psiquiátricas como depresión, dependencia a las drogas y/o alcohol, trastornos de la alimentación, entre otros. Porque si la tasa de natalidad va en aumento no es por el bienestar económico, sino por la enorme cantidad de adolescentes con embarazos no deseados, sin acceso a sistemas seguros y cómodos de prevención como la pastilla del día después y, sin embargo, bombardeadas de información televisiva de alto contenido erótico donde se potencia la sexualidad sin ningún tipo de reflexión. Porque somos uno de los países en el mundo con más control del VIH en la población homosexual y de trabajadores y trabajadoras sexuales, pero aún no controla ni la punta del iceberg de la población heterosexual contagiada formada especialmente por adolescentes y mujeres cuyos esposos hacen uso de sus derechos masculinos dentro y fuera de la casa.

¿Qué más se puede pedir? digo yo, si nuestro representante en el Vaticano es el mismo que dejó sin sustento económico a profesores que “vivían en pecado” por no estar casados por la iglesia, el mismo que envió al destierro social y educativo a las adolescentes embarazadas que estudiaban en colegios bajo el alero del obispado de Valparaíso.

Y personalmente, no puedo olvidarme de los altos índices de maltrato animal, la crueldad e indolencia frente al dolor de otro ser vivo; animales mutilados, famélicos con sus crías a cuestas, muchas veces golpeados sin piedad por individuos endemoniados por la pasta base (otra joyita neoliberal). Estos compañeros, cuyo aporte ha sido imprescindible en el crecimiento productivo de nuestro país; el percheron que saca los botes de la mar cargados de peces, la llama, la alpaca, hasta el perro que acompaña la soledad del arriero incondicionalmente. Podría gastarme la vida nombrando ejemplos de la solidaridad de nuestros animales al igual que las razones por las que es necesario un verdadero cambio.

Yo, al menos, quiero que mi hija y todos los niños y niñas de mi país y del mundo sean sanos, libres y sobre todo felices. ¿Será posible en la situación actual?

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